Llueve.
La cornisa amortigua las gotas de lluvia, pero mis pies, en el bordillo de la acera, comienzan a empaparse.
Se ha formado un pequeño charco. Me inclino y observo mi reflejo, distorsionado por las ondas que se forman alrededor de cada gota.
Me reconozco. El mechón que cae sobre mi frente y que oculta parte de la nariz y el ojo izquierdo, no consigue disimular las ojeras. Soy yo, no hay duda.
Llueve.
No sobre mí, sino dentro. Mi corazón está empapado, agotado y triste.
Llueve.
Remuevo con el dedo el charco y difumino mi rostro. Un relámpago ilumina el cielo y le sigue un estertóreo trueno.
No, ese no va a ser el sonido de la agonía, al menos para mí.
Llueve y me pongo en pie.
Llueve y chapoteo.
Llueve.
La lluvia invita al llanto y es bueno dejar que las lágrimas se confundan con las gotas de lluvia, se lava el corazón como se lava la tierra…
Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Así lo veo yo también, Estrella. Aunque tengo que reconocer que me encantan los dias lluviosos😊
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me gustan y los odio… una dualidad incomprensible.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muy poético, Sadire
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias, Lídia!
😘
Me gustaLe gusta a 1 persona