A pesar de que Paola estaba acostumbrada a tratar con gente mayor debido a su trabajo de gericultora, seguían llamándole la atención sus ojos siempre húmedos. Aquellas personas fuera cual fuera su estado, siempre tenían los lagrimales preparados para dar forma a unas cuantas gotas saladas.
A veces se sentaba frente a ellos e imaginaba qué pasaría por esas mentes: la de Rosa la escocesa, siempre dispuesta a levantarse los faldones ante las visitas, o la de Eusebio siempre cabizbajo, o la de Juan concentrado en sus crucigramas, o la de María Luisa, la que fuera la belleza parda de los cabarés y que ahora pasaba las horas con la mirada perdida en algún punto del desconchado techo.
Paola, mientras les atendía, siempre intentaba entablar conversaciones con ellos, creía en la importacia de las relaciones, aunque sabía que la mayoría de ellos ni siquiera entendían sus palabras. Se sentía reconfortada cuando percibía algún indicio de que la escuchaban. A veces solo era un gruñido o un suspiro, o un intento de tocarla. En otras ocasiones incluso le respondían y mantenían una pequeña conversación, pero siempre, siempre, las lágrimas acababan apareciendo en esos ojos empañados.
Lagrimeaban cuando sentían dolor, cuando se les mostraba afecto, cuando les visitaban, cuando narraban historias del pasado ya fuesen alegres o tristes…
Paola lo entendió muchos años más tarde, cuando era ella la que miraba a través del cristal sentada en su mecedora de grandes flores azules: Los fantasmas del pasado vienen a buscarnos, se agolpan en el corazón oprimiéndonos el pecho. Todas las vivencias luchan por permanecer en nuestro deteriorado cuerpo pugnando entre ellas por un puesto en las maletas que llevaremos cuando emprendamos el viaje fuera de este mundo. Eso es lo que nos quedará: Todo lo bueno o lo malo, los errores, los amores, las pérdidas, el dolor, las emociones, las traiciones, todo… demasiado para contener en tan frágiles carcasas.
Un relato muy emotivo y con un punto de tristeza, precioso sadire.
Besos.
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Gracias, Elfi. Viniendo de tí, que tienes tanta sensibilidad, es todo un halago.
Besacos!
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Buen relato lleno de emotividad
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Gracias!
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Muchas, muchísimas historias se esconden en esas miradas de sal (preciosa imagen te has marcado ahí 🙂 ), y la gran mayoría, seguramente, se perderán en la neblina del olvido una vez el tiempo de quienes las poseen se acabe.
Sí, me has dejado así como con un deje tristón 😉
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Sí, da una pizca de tristeza, pero sobre todo no sé… ¿compasión?, ¿ternura?
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Envejecer debe de ser durísimo… Un relato muy reflexivo y emotivo. Un abrazo, Sadire
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Ya nos llegará..
Abrazo de vuelta!
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