Que digo yo que si al llegar a cierta edad los achaques vienen y van…al gusto. Porque mucho gritar a la abuela de turno para que se aparte del pasillo, porque no deja que el tránsito siga su flujo natural, y no se entera. Ya puedes desgañitarte que ladeando la cabeza te dirá: “Hija que no te oigo, ¿qué dices?. Y allá que vuelves a gritarle esta vez en el oído tan fuerte que llegas a temer por sus tímpanos y por los de los residentes del edificio contiguo. Pero nada, la abuela ahí parada, que no oye la mujer. Así que terminas optando por hacer un quiebro con la silla de ruedas que llevas y adelantar por la izquierda.
Eso sí, cuando ya estás a diez metros al final del pasillo se te ocurre susurrar “Joder que sorda está Consuelo”, a lo que Consuelo ofendida desde la otra punta contesta “¡¡Ojalá no te veas tu en estas hija!!”. Manda huevos la cosa.
Ya se sabe también que con la vejez llegan los problemas de dentadura. ¡¡Alabado sea el que llegue a cierta edad con todas sus piezas dentales en perfecto estado!!! Pues bien, mucho “tritúrame esto un poquillo mas niña, que no puedo masticar”, o mucho toser que me ahogo con un vaso de agua pero luego bien que se zampan un bocata de jamón a escondidas, del avituallamiento que guardan con llave y candado tal cual tesoro pirata.
Luego vienen las lagunas mentales. Vamos, que no se acuerdan de que esa pastilla que está malísima es la que se tienen que tomar diariamente. Todos los días la misma cantinela, “que no niña, que esta pastilla nunca me la he tomado yo. Preguntalé al doctor y verás”. Pero luego bien que recuerdan que esa camiseta que le perdiste allá para el año 100 d.C sigue sin aparecer. “Con lo buena que era, un dineral me gasté con ella”.
Será cuestión de edad…
Edad, mañas y un montón de etcéteras.
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A ver, a ver, como dicen los abueleques: no es que estén sordos, es que hablamos muy bajito 😀 😀 😀 😀
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